En España, miles de familias viven ancladas a una fecha que no pueden borrar de su memoria: el día en que uno de los suyos desapareció. No hablamos de casos aislados ni de excepciones dramáticas. Hablamos de una realidad persistente, dolorosa y muchas veces silenciada. Según datos del Ministerio del Interior, se registran más de 16.000 desapariciones al año. Aunque la mayoría se resuelven en pocos días, más de 6.000 siguen activas, muchas desde hace décadas. Para quienes las viven de cerca, el paso del tiempo no cierra heridas: las convierte en cicatrices abiertas.
El fenómeno de los desaparecidos en España es tan complejo como desgarrador. Incluye desde desapariciones voluntarias o fugas de adolescentes, hasta desapariciones asociadas a, según el Ministerio, violencia de género, trata de personas, accidentes, negligencias o posibles crímenes sin resolver. El problema no solo está en que falten respuestas, sino en que faltan recursos, protocolos homogéneos, coordinación institucional y, en muchos casos, voluntad política.
Casos como el de Paco Molina, que desapareció en Córdoba con solo 16 años, o el de Caroline del Valle, vista por última vez saliendo de una discoteca en Sabadell, han marcado a toda una generación. Como ellos, también siguen sin aparecer Yéremi Vargas, niño de siete años desaparecido en Vecindario (Gran Canaria), María Teresa Fernández, adolescente de 18 años en Motril (Granada), o Cristina Bergua, cuya ausencia lleva más de 25 años sin esclarecerse. En la retina colectiva también están los rostros de Ángeles Zurera, desaparecida tras separarse de su exmarido, y de Lucía García, mujer almeriense desaparecida en 2016.
Nombres como los de Óscar González Barco, Henry Alejandro Jiménez Marín, Carmelo García Ramos, Yurian Cabrera Tacoronte, Pedro Matías Sánchez Riesco, Adela Bercianos, Jesús Bengoa o Nathaly Salazar, entre muchos otros, forman parte de una lista que ningún país debería tolerar tener. Son personas reales, con historias truncadas, familias que no se resignan y una sociedad que aún no ha mirado de frente el problema.
A nivel institucional, el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) ha impulsado importantes mejoras: protocolos de actuación policial más precisos, bases de datos unificadas entre cuerpos de seguridad y campañas informativas para la ciudadanía. Pero las asociaciones de familias —como SOS Desaparecidos o QSDglobal— siguen alertando de que el sistema falla cuando más se le necesita: en las primeras 24-48 horas, que suelen ser cruciales para encontrar pistas, muchas denuncias no se toman con la seriedad o rapidez que merecen.
Por otro lado, existe una desigualdad evidente entre casos. Algunos reciben atención mediática inmediata; otros, apenas logran una mención en los periódicos locales. Los desaparecidos adultos, hombres jóvenes, personas migrantes o con enfermedades mentales tienden a quedar fuera del foco. La visibilidad de un caso no debería depender de su perfil, sino de su urgencia y del derecho de la familia a obtener respuestas.
La falta de recursos humanos especializados, unidades multidisciplinares permanentes, acceso a geolocalización inmediata, revisión periódica de casos antiguos o exámenes forenses cruzados con bases de datos de restos anónimos, hacen que muchos expedientes terminen archivados sin avances reales. Y mientras tanto, cada día que pasa sin respuesta es una forma de revictimización para las familias.
Frente a esto, la sociedad tiene una responsabilidad: mantener viva la memoria de los desaparecidos y exigir que su búsqueda no cese jamás. Porque ningún caso debe cerrarse sin verdad, y ninguna familia debería quedarse sola enfrentando lo inimaginable. En Triun Arts hemos querido contar estas historias una por una, para que los rostros no se diluyan, los nombres no se olviden y la conciencia no se duerma.
Detrás de cada ficha hay una vida. Detrás de cada vida, una familia. Detrás de cada silencio, un grito. Y en cada caso no resuelto, una deuda que aún no hemos saldado.