El caso de Joaquín Ferrándiz Ventura, apodado por la prensa como el monstruo de Castellón, es uno de los más sobrecogedores dentro de la crónica negra española, tanto por su frialdad como por su capacidad para ocultar una doble vida. Ferrándiz era un hombre educado, correcto, sin antecedentes aparentes de violencia severa hasta que, a mediados de los años 90, se descubrió que era el autor de una serie de asesinatos de mujeres en la provincia de Castellón. Su caso no solo horrorizó por el número de víctimas, sino también por la meticulosidad, el sadismo y la aparente calma con la que ejecutaba sus crímenes.
Ferrándiz cometió su primer delito sexual en 1989, cuando agredió brutalmente a una joven a la que simuló auxiliar tras provocar intencionadamente un accidente de moto. Fue condenado en 1995 a 14 años de prisión por intento de violación con violencia, pero solo cumplió 7 años gracias a un indulto parcial concedido por buen comportamiento y su aparente rehabilitación. Ese fue el primer gran error del sistema. Una vez en libertad, retomó su vida como si nada: recuperó su trabajo como comercial y mantuvo una imagen impecable de ciudadano ejemplar.
Pero entre 1995 y 1998, Ferrándiz comenzó a asesinar. Y lo hizo con una estrategia casi cinematográfica. Utilizaba una táctica similar a la de su primer delito: provocaba accidentes o simulaba averías en carretera para ganarse la confianza de sus víctimas, todas mujeres jóvenes, a las que secuestraba, violaba, asesinaba y, posteriormente, abandonaba en descampados. Algunas eran incluso maquilladas o vestidas con ropa distinta a la que llevaban puesta en el momento del crimen, una característica que hizo que algunos forenses hablaran de fetichismo postmortem.
Sus víctimas conocidas fueron cinco mujeres asesinadas entre 1995 y 1998, aunque se llegó a investigar su posible implicación en otros casos sin resolver en la Comunidad Valenciana. La clave para su detención fue el uso de geolocalización de llamadas y análisis de hábitos de conducción. La Guardia Civil creó un perfil psicológico y cruzó datos que le situaban en los lugares donde aparecieron los cadáveres.
Joaquín Ferrándiz fue detenido el 27 de septiembre de 1998. En su coche encontraron pruebas clave: restos biológicos, mechones de pelo, y objetos personales de las víctimas. En el juicio, Ferrándiz nunca mostró arrepentimiento, y su actitud distante y fría generó enorme conmoción. Fue condenado en 2000 a cinco penas de 68 años de prisión, y cumplió condena en la prisión de Herrera de la Mancha. Salió en 2023 de prisión, tras cumplir 25 años de condena, el máximo permitido en España. Está considerado uno de los primeros asesinos en serie documentados de la historia moderna en España.
Este caso puso en evidencia fallos graves en el sistema penitenciario y judicial español, así como la falta de herramientas en aquel momento para detectar patrones de comportamiento serial. También fue clave para que se implementaran mejores protocolos en la gestión de agresores sexuales reincidentes. El caso de Ximo Ferrándiz ha sido analizado en documentales, libros, tesis forenses y reportajes, y es objeto de estudio en criminología, psicología criminal y ciencias forenses.
El monstruo de Castellón no solo mataba: planificaba, observaba, manipulaba y se mezclaba con el entorno sin levantar sospechas. Hoy, su caso sigue recordándonos que el mal puede llevar traje, sonrisa amable y aspecto corriente. Y que la justicia no puede dormirse ante quienes, como él, esconden una mente depredadora tras una máscara de normalidad.