El crimen de Juana Canal es uno de los casos más prolongados, mediáticos y dolorosos de la historia reciente en España. Durante casi dos décadas, su desaparición permaneció sin explicación, rodeada de silencio, especulación y un halo de misterio que se mantuvo hasta que, muchos años después, la verdad comenzó a salir a la luz. Juana Canal desapareció el 22 de febrero de 2003 en Madrid, tras una fuerte discusión con su pareja, Jesús Pradales, en el domicilio que compartían en el barrio de Ciudad Lineal. Desde entonces, su familia no volvió a verla con vida. Solo quedó una nota escrita a mano que decía que “Juani y yo hemos tenido una fuerte discusión y ha salido de casa”, firmada por el propio Pradales.
Durante años, la investigación permaneció estancada. A pesar de que desde el principio se sospechaba de Jesús Pradales, la ausencia de pruebas físicas —como restos, armas o testigos— impidió su imputación formal. El caso fue archivado en varias ocasiones, considerado como una desaparición voluntaria o sin indicios claros de delito. El dolor y la incertidumbre de la familia de Juana, especialmente su hijo, que fue quien denunció la desaparición, se mantuvo durante más de una década sin avances significativos.
Todo cambió en el año 2019, cuando unos senderistas encontraron restos humanos en una finca de Navalacruz (Ávila). En un primer momento, no se relacionaron directamente con el caso, pero posteriores análisis forenses permitieron confirmar que se trataban de fragmentos del cuerpo de Juana Canal, repartidos y enterrados en bolsas. Este hallazgo fue determinante para reabrir la investigación del crimen de Juana Canal, ya no como una simple desaparición, sino como un asesinato premeditado.
A partir de ahí, las piezas comenzaron a encajar. En 2022, tras una nueva revisión del caso por parte de la Policía Nacional y la Guardia Civil, Jesús Pradales fue detenido en su domicilio de Fuente el Saz de Jarama. Durante los interrogatorios, confesó el crimen, admitiendo haber matado a Juana durante una discusión, haberla descuartizado y haber trasladado su cuerpo en bolsas hasta la finca de su familia en Ávila. A pesar de la crudeza del relato, la confesión fue clave para sostener la acusación.
En 2024, después de un juicio seguido de cerca por la opinión pública, Jesús Pradales fue condenado a 14 años de prisión por homicidio doloso. La sentencia, sin embargo, generó cierto malestar entre quienes esperaban una pena más severa, teniendo en cuenta el tiempo que el asesino convivió en libertad, la brutalidad de los hechos y el sufrimiento de la familia durante 19 años. Aun así, el fallo supuso el cierre judicial de un caso que había estado paralizado durante demasiado tiempo, y permitió, por fin, que Juana Canal tuviera voz y justicia.
Este caso real ha sido analizado desde múltiples ángulos: el fallo del sistema en proteger a las víctimas de violencia de género, la fragilidad de los protocolos de desapariciones en 2003, la importancia de los avances en ciencia forense y ADN, y también el papel que jugó la presión mediática y social para que la investigación no se olvidara. Hoy, el crimen de Juana Canal no solo simboliza un largo camino hacia la verdad, sino también una dolorosa lección sobre las segundas oportunidades que, a veces, da la justicia.
La historia de Juana ha sido recogida en programas de televisión, documentales, reportajes y podcasts, como forma de mantener viva la memoria de una mujer que desapareció en silencio, pero que hoy se ha convertido en símbolo de resiliencia y justicia tardía.