La desaparición de Madeleine McCann es sin duda uno de los casos más enigmáticos, mediáticos y complejos de la crónica negra internacional. El 3 de mayo de 2007, Madeleine, una niña británica de tres años, desapareció sin dejar rastro de su apartamento vacacional en Praia da Luz, en el Algarve portugués, mientras sus padres cenaban con un grupo de amigos a escasos metros del lugar. El caso, desde el primer momento, captó la atención de medios de todo el mundo, no solo por la edad de la menor y las circunstancias del suceso, sino por el impacto emocional y social que generó.
La reacción inmediata de las autoridades portuguesas fue objeto de críticas y controversias. La policía local tardó en acordonar la escena, no se recogieron pruebas clave a tiempo y las primeras horas, fundamentales en cualquier desaparición, se perdieron entre confusión y errores. Días después, el caso dio un giro inesperado cuando los propios padres de Madeleine, Kate y Gerry McCann, fueron considerados sospechosos formales. La policía portuguesa llegó a insinuar que la niña pudo haber muerto accidentalmente y que sus progenitores encubrieron el hecho, una acusación que nunca fue probada y que fue ampliamente desmentida por investigaciones posteriores.
En julio de 2008, las autoridades portuguesas archivaron el caso por falta de pruebas concluyentes. No obstante, la presión mediática y la insistencia de los padres de Madeleine llevaron a que, en 2011, la Policía Metropolitana de Londres iniciara una investigación paralela denominada «Operación Grange», con el objetivo de revisar todo el expediente y abrir nuevas líneas de indagación. Esta operación trajo consigo la revisión de testimonios, el seguimiento de nuevas pistas y la cooperación directa con las autoridades portuguesas y alemanas.
El caso de Madeleine McCann dio un nuevo giro en junio de 2020, cuando la fiscalía alemana anunció que tenía a un nuevo sospechoso principal: Christian Brückner, un ciudadano alemán con un largo historial de delitos sexuales, incluidos abusos a menores. Brückner se encontraba cumpliendo condena por otros crímenes cuando fue vinculado al caso gracias a pruebas circunstanciales y geolocalización de su teléfono móvil cerca del apartamento de los McCann la noche de la desaparición. La fiscalía de Braunschweig incluso declaró públicamente que «Madeleine McCann está muerta» y que estaban convencidos de que Brückner era el responsable.
Sin embargo, hasta hoy, no se han presentado cargos formales contra Brückner en relación con la desaparición de Madeleine. A pesar de la aparente solidez de las pruebas, el caso sigue técnicamente abierto y sin resolver, lo que mantiene viva la incertidumbre tanto en la opinión pública como en la familia McCann, que nunca ha dejado de buscar a su hija.
El caso Madeleine McCann ha puesto en evidencia las debilidades de la cooperación internacional entre cuerpos de policía, los errores judiciales que pueden marcar una investigación para siempre, y el papel fundamental que juegan los medios de comunicación en este tipo de sucesos. También ha generado decenas de teorías, algunas verosímiles y otras completamente infundadas, alimentando un interés global sin precedentes en un caso de desaparición infantil.
A día de hoy, el paradero de Madeleine McCann sigue siendo desconocido. Pero su historia ha dado la vuelta al mundo, ha generado libros, documentales, investigaciones independientes y ha sensibilizado a millones de personas sobre la necesidad de mejorar los protocolos ante desapariciones. Para muchos, Madeleine no es solo una niña desaparecida, sino el símbolo de una búsqueda que aún no ha terminado.