El asesinato de Rocío Wanninkhof en 1999 marcó un antes y un después en la historia judicial y mediática de España. La joven, de 19 años, desapareció en Mijas (Málaga) tras salir de casa de su novio. Su cuerpo fue encontrado semanas después con signos de violencia. La presión social por encontrar al culpable fue tan intensa que la investigación se centró rápidamente en una figura controvertida: Dolores Vázquez, ex pareja de Alicia Hornos, madre de Rocío. A falta de pruebas forenses o testigos, se construyó un relato basado en prejuicios y estereotipos, utilizando su carácter reservado, su orientación sexual y su antigua relación como pilares de una acusación que nunca debió sostenerse.
Durante el juicio, el papel de los medios fue determinante. Se emitieron reportajes sensacionalistas, tertulias con juicios paralelos y se dibujó a Vázquez como una mujer fría, dominante y vengativa, reforzando una imagen que caló en la opinión pública. La cobertura contribuyó a que el jurado popular —sin experiencia jurídica— se viera influenciado por lo que se decía fuera del tribunal. En 2001, Dolores fue condenada a 15 años de prisión, sin pruebas directas ni ADN, solo con indicios débiles y una narrativa construida desde el prejuicio.
En agosto de 2003, otro asesinato estremeció a la provincia de Málaga. Sonia Carabantes, de 17 años, desapareció tras una feria en Coín. Su cuerpo apareció días después, con claros signos de agresión sexual. Pero esta vez, las pruebas fueron más claras: en el cuerpo de Sonia se encontró ADN del agresor, que no coincidía con nadie en los archivos policiales españoles, pero sí coincidía con una base británica. El resultado fue demoledor: Tony Alexander King, un exconvicto por agresiones sexuales en Reino Unido, había estado viviendo en España desde hacía años, sin control ni vigilancia, debido a errores en la coordinación entre países.
El ADN de King también se halló en pruebas del asesinato de Rocío, lo que llevó a su detención en septiembre de 2003 y posterior confesión. En 2005, Tony King fue condenado por ambos crímenes. Dolores Vázquez, que ya había pasado 17 meses en prisión, fue completamente exonerada, pero el daño personal, social y psicológico ya estaba hecho. A día de hoy, nunca ha recibido una disculpa oficial ni compensación proporcional al sufrimiento que padeció.
Este doble crimen —el de Rocío Wanninkhof y el de Sonia Carabantes— no solo puso rostro al horror del asesinato de dos chicas jóvenes, sino que sacó a la luz las profundas carencias del sistema judicial español: la falta de rigor forense, la influencia indebida de los medios y el sesgo en los jurados populares. También evidenció la necesidad urgente de cooperación internacional en el control de antecedentes penales, especialmente de agresores sexuales reincidentes.
Décadas después, la historia de Rocío y Sonia sigue siendo símbolo de injusticia, de dolor y de aprendizaje. Ha sido objeto de documentales, investigaciones periodísticas y debates en torno a la justicia y la ética informativa. En especial, el documental de HBO “Dolores: La verdad sobre el caso Wanninkhof” permitió escuchar, por primera vez en profundidad, la voz de Dolores Vázquez, y reflexionar colectivamente sobre cómo una combinación de prejuicios, homofobia y presión social pueden llevar a condenar a una persona inocente mientras el verdadero asesino queda en libertad.