El bullying escolar en España es una problemática social profunda que, pese a haber ganado visibilidad en los últimos años, sigue sin estar resuelta ni en el plano institucional ni en el cultural. Acosar no es una broma, ni un juego de niños, ni una fase. Es violencia. Y aunque campañas como #StopBullying, “Se buscan valientes”, “El bullying no es cosa de niños” o los recientes documentales en RTVE han logrado poner el foco mediático en el tema, el sistema educativo continúa fallando en demasiados casos.
El acoso escolar puede manifestarse de muchas formas: desde insultos, motes humillantes o exclusión social en el recreo, hasta palizas, amenazas o difusión de fotos íntimas sin consentimiento. En los últimos años ha crecido el fenómeno del ciberbullying, donde el acoso no termina en el aula, sino que persigue a la víctima 24/7 a través de redes sociales, mensajería instantánea y plataformas digitales. Esto ha multiplicado el daño psicológico, especialmente en edades tan vulnerables como la preadolescencia y la adolescencia.
Las consecuencias del bullying pueden ser devastadoras. Desde ansiedad, depresión, baja autoestima, autolesiones y trastornos de conducta, hasta abandono escolar, ideación suicida o suicidio consumado. Casos como el de Kira López, una adolescente de Barcelona que se quitó la vida en 2021 tras años de acoso sistemático en el colegio, han evidenciado el vacío institucional y la lentitud de reacción de los centros educativos, incluso cuando hay denuncias previas y padres implicados. Su historia ha sido clave para impulsar una propuesta de ley integral contra el bullying en España, y ha generado movimientos como la Plataforma PDA Bullying, que busca justicia para las víctimas y formación para los centros escolares.
Pese a los avances, muchos centros aún carecen de protocolos eficaces o formación específica para el profesorado. Y lo que es más grave: muchas veces el problema no se detecta por desinformación, o directamente se silencia por miedo a dañar la reputación del colegio o a generar conflictos con las familias de los agresores. El silencio institucional, sumado al miedo de los observadores y a la normalización de las “bromas pesadas”, alimenta un clima en el que la víctima queda aislada y desprotegida.
El enfoque preventivo es clave: educación en valores, fomento de la empatía, escucha activa y espacios seguros donde hablar. Iniciativas como los programas de la Fundación ColaCao, la asociación NACE (No al Acoso Escolar) o la campaña Actúa con Cabeza han demostrado que es posible enseñar a los alumnos a identificar el acoso, romper el silencio y actuar como red de apoyo.
Pero la responsabilidad no puede recaer solo en el alumnado. La implicación de las familias, la vigilancia de las instituciones, y la voluntad política para aprobar una ley estatal específica contra el acoso escolar son esenciales. Porque no basta con condenar el bullying en redes una vez al año. La solución pasa por trabajar cada día para que ningún niño o niña tenga que entrar al colegio con miedo.